19 de noviembre de 2018

VIAJE CULTURAL A LA AXARQUÍA MALAGUEÑA
(Texto de D. Mariano Urbano Martín)

Desde El Valle a Almáchar.
 Martes, trece de noviembre, El Valle se despierta con más ajetreo de lo normal. En sus pueblos se van arremolinando pequeños grupos de gente esperando al autocar que romperá nuestras cotidianidades, para adentrarnos con el Centro de Adultos en esta siempre sugerente aventura de viajar. Destino: La Axarquía malagueña, que significa: La parte oriental.
Amanece haciendo honores a la estación en la que estamos y que este año no resulta ni epítome de un verano interminable ni preludio de un invierno acechante. Alguna nube no amenazante, de momento, y una temperatura bonancible.
Como siempre algarabía, expectación, deseo, inquietud y afectos encontrados por primera vez este curso. Ni el “madrugón” ni la contundencia del refranero popular (En martes ni te cases ni te embarques) ni lo de coincidir en martes y trece supusieron obstáculo alguno para el entusiasmo con el que siempre afrontamos estos días de sana convivencia (como si la convivencia se pudiese entender de otra manera).
Tomamos rumbo a la costa y pronto dejamos atrás Vélez, Salobreña, Almuñécar... ¡Se llega hoy con tanta facilidad! Acariciados en ambos lados de la carretera por “bosques” de cultivos tropicales, privilegio de la zona y recurso económico de gran importancia para la misma, unido, obviamente, al turismo, cada vez menos estacionario.

Pasado Vélez Málaga, capital de la comarca de la Axarquía, los autocares toman una carretera comarcal y aquí la cosa cambia, ya que iniciamos un ejercicio de serpenteo, de ascenso lento por las faldas de las sierras que nos rodean hasta llegar a nuestro primer destino. Se hace inevitable la contemplación de un paisaje que se va tornando abrupto, quebrado, alfombrado entero de tonos otoñales que nos regalan un mosaico de verdes, ocres, rojizos, sienas, sombras tostadas, anaranjados, amarillos reales...colores que configurarán inevitablemente la paleta de los muchos pintores que con entusiasmo intentan captar los matices y luces de estos paisajes impresionantes. Se rompe la armonía cromática otoñal por múltiples puntos blancos que diseminados se ven en la lejanía, son cortijos, los cuales vistos de cerca te cercioran, en muchos casos, de lo inverosímil de las construcciones y de sus emplazamientos.
Llegamos a nuestro primer destino, Almáchar, tierra de prados, de pastores, como nos contó nuestro cicerone y que ejerciendo como tal nos acompañaría a lo largo de la jornada. Nos sorprende un pueblo que literalmente se desparrama aprovechando las faldas de las lomas y sierras que lo circundan. Iniciamos, repartidos por grupos, recorrido a pie por el pueblo. Nos llama la atención su limpieza, su cuidado, su invitación al paseo calmo para leerlo con los pies, en un ejercicios, muchas veces, de malabarismo de sube y baja. A veces, la armonía de sus casas blancas con sus enrejados sobrios y zócalos de ocres equilibrados, a veces, digo, se ven rotas por alguna fachada de colorines, que representa un estruendo en medio de la armonía de siglos. ¡Qué daño hizo la cerámica de los años setenta! En fin...
Visitamos la Iglesia de San Mateo, mezcla de gótico tardío y elementos renacentistas armónicamente encajados. Su sencillez interior hace la estancia agradable. Dentro, El Cristo de la Banda Verde venerado en el pueblo con especial pasión, ya que es protagonista de una leyenda que le atribuye la salvación de unos marineros. Paradojas del milagro, pues uno tiene la sensación (a pesar de estar muy cerca) de la lejanía del mar. Seguimos visita, con la cadencia y ritmo lento que exige el entorno y la agilidad de la mayoría de los caminantes. Al alzar la vista seguimos más sorprendidos, si cabe, de la adaptación del hombre a la naturaleza y del dominio de éste sobre la misma.
Nos adentramos en una casa-museo-etnológico. Herramientas, aperos, objetos varios de tiempos no tan remotos para que no nos fuesen reconocibles y familiares a los que ya hemos cumplido unas décadas y que, afortunada o desafortunadamente, somos la mayoría. En cualquier caso, están mejor “colgados” y expuestos para su no olvido, pues forman parte de tiempos duros, de vida difícil e injusta.
Alimentado el espíritu, sosegada el ánima, hora de reponer el cuerpo con un café caliente y una tostada acompañada con unas lonchas de un jamón exquisito, regalo para el paladar de ese animal, que creo, con inmensa injusticia social, no está considerado como el mejor amigo del hombre. Pocos animales nos producen tales niveles de consuelo reponedor y de disfrute de un proceso.
Seguimos visita y dejamos atrás este pueblo del que ya nos quedará siempre más de un buen recuerdo, incluido el desayuno, devorado con avidez de “jóvenes” excursionistas.
El Borge, sangre sudor y...pasas 
El serpenteo que nos conduce hasta El Borge es breve, estos pequeños pueblos están muy cerca unos de otros, jalonando de blanco cada uno de ellos sus correspondientes laderas. Pueblo más pequeño éste que Almáchar, pero de orografía parecida, calles parecidas e incomodidades parecidas.
 Nos explican “in situ” el proceso de transformación de la uva en pasa. Proceso duro, durísimo, como fue y sigue siendo la vida de estos pueblos heridos por la naturaleza, a la que se ha domado en un ejercicio de esfuerzo majestuoso llevado a cabo a lo largo de los siglos.
Cuando estábamos viendo los paseros, lugar destinado al secado de la uva para su milagrosa transformación, alguien preguntó al joven guía lo siguiente:
 - ¿Cómo realizáis las tareas de laboreo de los viñedos?
- Como siempre, le respondió, con un azadón.
Observé como todos los que estaban cerca de mí, y que conocían la herramienta, sufrieron una especie de convulsión repentina, que les obligó a dar un pequeño respingo, como el exorcizado que viese un crucifijo. ¡Tal es el recuerdo de semejante aparato!
Así que detrás de esas pequeñas perlas que son las pasas, de cada una de ellas, hay una historia de voluntad, empecinamiento, mimo y cariño de quien conoce el proceso a través del cual, logran ponerlas, como el manjar que son, en nuestras bocas.
Paseo por el pueblo, visita de una bodega, tierra de vino ésta, monumento con fuente incluida al pasero. Visita de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, entre un gótico mudéjar y elementos renacentistas y barrocos. Interesante.
Hora imperdonable de la actividad más que necesaria. La del yantar. Se va observando cara de cansancio a estos excursionistas indomables del Valle. Nos dirigimos a reponer fuerzas. Una comida energética, abundante y sabrosa, en un espacio muy agradable, nos va recomponiendo el rictus, que se torna ora alegre, ora complacido, ora fraternal compartiendo el pan, el tiempo y la tertulia amena y variada en cada una de las mesas. A veces pienso que estos ratos de sosiego y calma, de felicidad más que aparente, dan sentido a estos viajes.
Tras consumir las viandas, el tiempo, las bebidas (algunos esquilmaron la bodega del local) y ya recuperados para nuevas impresiones, continuamos viaje.
Hay que decir que El Borge fue también tierra de bandoleros o mejor dicho cuna de un bandolero famoso “El Bizco de El Borge” bandolero, como tantos de historia controvertida, de leyendas aumentadas, como todos estos personajes y que gozan de cierto cariño y admiración popular, se encargaron de eso El Romanticismo por un lado y Curro Jiménez por otro. Hoy su casa natal ha sido remodelada y reconvertida, aunque manteniendo la esencia de lo que era lo que la hace muy agradable, reconvertida, digo, en pequeño hotel restaurante rural...
Antes de que la tarde vaya siendo devorada, de nuevo a los autocares, con rumbo al El Valdés, último pueblo de nuestra ruta. Visita a la singular, llamémosla así, casa del conocido como “El Gaudí de la Anarquía “, es una casa extraña ésta. Es un ejercicio de pretensión arquitectónica, un “totus revolutos “ que le confiere el atractivo de lo raro, lo diferente. Todo se amontona en una especie de “manierismo”, de “eclecticismo” inquietante, esotérico y taumatúrgico que logra desestructurar lo armonioso, el equilibrio, el sosiego. En fin...osadías del ser humano.
Cae la noche, ya en los autocares de regreso, silencio y jaleo. Todo cabe. Recomponemos el puzle de las emociones, de las sensaciones vividas, de lo aprendido por estas tierras de vino y verdiales, ya lo decía Machado: “Málaga cantaora”. Deciros lo de siempre, aunque por repetido no pierde la esencia: ¡Gracias por vuestro ejemplo! Hasta el próximo.

9 comentarios:

  1. Muy bonita la descripción del viaje

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  2. Muy bien explicado
    Juan mejor imposible

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  3. Me gusta mucho la lectura de este texto aquí conocemos las costumbres de estos pueblos situados en plena sierra malagueña con unas vistas muy bonitas

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  4. Me resultó muy curioso sus cantos populares los verdiales este nombre se debe a una variedad de aceituna de esta zona llamada verdial

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  5. me ha gustado mucho
    por que no te dedicas a escribir lo haces muy bien

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  6. Es interesante conocer los pueblos de nuestra Andalucia y sus costumbres . Gracias por vuestra labor .

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  7. El texto de don mariano excepcional en todos los sentidosy ambiytos

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  8. Gracias por el comentario tan bien explicado casi como una poesía

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